Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-diciembre de 1948
Vol. 1, número 3
páginas 27-40

Rafael García Bárcena

¿A dónde va el universo físico?


1. La existencia física, como punto de partida

Una vez que la estructura, como esquema formal. ha sido analizada en los diversos ingredientes que la constituyen,{1} la tarea que corresponde acometer es la de investigar la estructuralidad de los diferentes estratos de la realidad, y de la realidad en general, con vistas a precisar, hasta donde sea posible, determinados aspectos suyos que pudieran coincidir con los factores integrantes de la estructura. Asimismo, ver hasta que punto las leyes estructurales que se han propuesto pudieran ser relacionadas con determinados procesos o series de fenómenos o modos de manifestarse de la realidad, al objeto de obtener un conocimiento más rico de la misma. De este modo la Estructurología resulta ser el antecedente obligado de la investigación que vamos a emprender.

Iniciaremos nuestra indagación por aquella región de la realidad conocible que más obviamente aparece como real a nuestra conciencia: la existencia, sin que por ello pretendamos definir tal concepto, cuya irreductibilidad es incontestab1e. Suscribimos a este respecto las palabras de H. Reichenbach: «la proposición de que existen objetos independientes de nosotros no puede agotarse mediante una proposición sobre vivencias perceptivas, sino que contiene un concepto fundamental independiente e indefinible, a saber, el de existencia». «No se trata de la cuestión de si existen realmente las cosas del mundo exterior, sino de qué es lo que propiamente queremos decir cuando hacemos esta afirmación de existencia». (Objetivos y métodos del conocimiento físico).

Dentro de la existencia experimentable por nosotros, hay estratos más o menos patentes para nuestros instrumentos de conocimiento. Así, lo más notorio para nuestra conciencia, lo que se impone a los sentidos aun antes de que el individuo sea capaz de plantearse problemas gnoseo1ógicos acerca de su efectiva consistencia real, es la existencia física. Por ahí debemos comenzar nuestra indagación de la estructuralidad de la existencia y de la realidad en general.

No llegaremos a indentificar estructura con realidad física, tal como hace R. Ruyer en la Introducción de su Esquisse d'une Philosophie de la Structure: «No hay realidad más que de una sola especie: la realidad geométricomecánica, la forma, la estructura», aunque compartamos plenamente su afirmación, en el primer capítulo del libro, de que toda la existencia física está constituida por estructuras: «Nuestra hipótesis es qué toda realidad es forma».

2. La caracterización categorial del mundo físico

Una vez que portando conceptualmente el complejo de categorías que constituye la estructura, nos lanzamos a una indagación sistemática de la estructuralidad de la existencia –como paso previo a una investigación sobre la realidad en general–, tomando como punto de partida aquella región o zona de la existencia que es el mundo físico, la primer tarea debe consistir en un reconocimiento de las categorías fundamentales que caracterizan a este estrato de la realidad.

Damos por sentado que cualquiera que sea la participación de la estructura mental del hombre en la constitución de esas categorías, ellas aluden siempre a algún modo de realidad que tenemos por objetivo en conexión con el mundo físico, que ellas se refieren siempre a algo contrapuesto fenomenológicamente a lo que vivimos como subjetividad.

Una definición de la materia, vigente en los tratados de física, puede ser metodológicamente útil para el fin de precisar las categorías fundamentales que rigen la existencia física y la diferencian por tanto de las otras zonas de la existencia y de la realidad en general. Tal definición describe la materia como sustancia dotada de extensión y de inercia.

En esa definición están contenidas, más o menos explícitamente, las cuatro categorías fundamentales que se asignan al mundo físico, categorías que no son todas exclusivas de ese orden de realidad, aunque sí puede asegurarse que es atributo exclusivo suyo la presencia conjunta de dichas cuatro formas categoriales. Sustancia, causa, tiempo y espacio, según es sabido, son esas cuatro categorías, que con una expresión más positiva podrían designarse esencia, condición, sucesión y extensión, si tenemos en cuenta que nunca podemos experimentar una sustancia última que sirva de fundamento a toda clase de fenómenos y cambios, por debajo de la cual no pueda concebirse ninguna otra realidad, y que sólo tenemos acceso a un último sustrato o esencia experimentable, más allá de la cual no podemos avanzar sin penetrar en la metafísica; que nunca podemos afirmar que estemos en presencia de la causa de un fenómeno, sino sólo –y cuando más– ante una condición necesaria del mismo, y que tampoco podemos experimentar nunca el espacio y el tiempo como entidades sustantes, aunque puedan ser [28] experimentables por nosotros la extensión de los objetos y la sucesión de los fenómenos.

En la definición dicha, la sustancia se expresa explícitamente como sujeto de la proposición definitoria; la referencia al espacio está contenida en la extensión que se le atribuye a la materia; en tanto que la causalidad y el tiempo –como también la sustancia– están implicados en el concepto de inercia, cuyo principio puede considerarse como un caso particular del principio de causalidad, ya que se puede enunciar diciendo que el estado de reposo o de movimiento de un cuerpo no cambia sin una causa adecuada; mas como la causalidad implica sucesión, envuelve también temporalidad.

No es inadecuado, con el sentido que la usamos aquí, el uso de la categoría de sustancia dentro de la región del mundo físico. La causalidad, la espacialidad, la temporalidad expresan el por qué, el dónde y el cuándo, pero no el qué. No se conciben relaciones de espacialidad, temporalidad y causalidad sin un sustrato que sirva de sostén a esas relaciones. Lo que, accesible a la experiencia, subsiste tras todos los cambios posibles del mundo físico, se ofrece como algo sujeto a las tres restantes categorías.

Y ¿qué es lo que subsiste como último sustrato experimentable de la existencia física? W. Dampier nos lo dice en su A History of Science: «Sobre la vieja idea de sustancia, la materia se resolvió en moléculas y átomos, y entonces los átomos fueron analizados en protones y electrones. Estos a su vez han sido ahora disueltos en fuentes de radiación o en grupo de ondas: en una mera serie de sucesos que parten de un centro. Acerca de lo que existe en el centro o acerca del medio que conduce las ondas (si efectivamente ecuaciones de ondas connotan ondas en un medio), no sabemos nada».

El que la física actual, sustituyendo el concepto de sustancia por el de campo, por el de función (Cassirer) o por cualquier otro análogo, deje reducido el último integrante de la existencia física a un sistema de ecuaciones matemáticas, no invalida la necesaria suposición de un sustrato real, así como la hazaña intelectual de Einstein de reducir el universo físico a términos de geometría pura en que la causalidad y el tiempo parecen disolverse en un complejo tetradimensiorial, no anula la significación que los conceptos de causa y de tiempo tienen para el mundo físico real, ni impide que los físicos actuales, incluso el propio Einstein, sigan expresándose en términos de causalidad y temporalidad en relación con la existencia física.

Tanto la sustancia corno la causa, el tiempo y el espacio resultan entes metafísicos cuando se les pretende agotar conceptualmente. Inversamente, no sólo el tiempo, la causa y el espacio, cuando se les toma en su significación inmediata, son objetos accesibles a la experiencia, sino también la sustancia. El último sustrato existencial a que puede alcanzar nuestra intuición, inducción o deducción permite ser denominado propiamente sustancia, sin aludir a ninguna entidad metafísica. No hay más derecho, pues, a rechazar por metafísico el concepto de sustancia o el de causa –en el sentido en que aquí lo usamos– que el que pueda haber para rechazar los restantes de espacio y tiempo. Todos ellos están penetrados de metafísica, y todos ellos poseen pleno sentido cuando se les concibe en puros términos de experiencia.

Ser algo físico significa, por lo tanto, constituir un modo de existencia natural que ocupa un lugar en el espacio, que transcurre temporalmente y que está sujeto a una interacción causal; significa, pues, producirse una actividad de la naturaleza dentro de los límites del espacio, el tiempo y la causalidad.

3. Estructuralidad del complejo de categorías del mundo físico

Las categorías fundamentales cuya presencia se reconoce en el mundo físico: sustancia, causa, tiempo y espacio, se presentan constituyendo un todo formal estructurado. Las cuatro se condicionan recíprocamente, siguiendo las leyes ideales de la estructura.

La coordinación entre el espacio y el tiempo está mantenida explícitamente en el continuo tetradimensional de Minkowski v de Einstein. «Pero no hay que inferir, entendámoslo bien –dice De Broglie–, que la teoría de la relatividad ha llegado a identificar el tiempo y el espacio». «Está claro que ese mundo de Minkowski –dice por su parte F. Lipsius (Filosofía Natural)– no se debe hipostasiar en una sustancia metafísica, sino que en él se trata más bien de un artificio matemático. La diferencia entre espacio y tiempo sigue siendo, en realidad, insuperable, cosa que dice expresamente Minkowski en su ensayo». «No hay que interpretar la concepción de Minkowski –dice también Reichenbach– como si el tiempo fuera una dimensión del espacio». «Un examen más atento muestra más bien que el tiempo es el concepto más profundo del que hay que derivar el espacio. Esto se pone de manifiesto en conexión con la fotogeometría, que empieza con la medición del tiempo y avanza a la medición del espacio. La distancia espacial se mide por el tiempo necesario para la transmisión de una acción; proximidad espacial quiere decir, por lo tanto, posibilidad de más rápida transmisión de una acción e inmediación espacial quiere decir conexión de acción».

La unidad del tiempo con la categoría de la causalidad y su referencia a ella, establecida desde Kant, ha sido sostenida, entre otros, por Le Bon: «En un mundo privado de toda especie de movimiento –dice Kant– no se advertiría la menor sucesión en el estado interno de las sustancias. [29] La abolición, pues, de las relaciones de las sustancias lleva consigo la disolución de la sucesión y del tiempo». «Si no hay acontecimientos –expone Le Don– es evidente que tampoco habrá sucesión, ni por lo tanto, tiempo». «Tan sólo por el cambio, es decir, por el movimiento, nos es conocida la noción del tiempo». Y «sólo donde observamos cambio –dice Lipsius– es donde tenemos ocasión de preguntar por una causa»; «la relación causal incluye siempre el factor tiempo y es el esquema conceptual indispensable si queremos hacernos comprensible la aparición de un hecho determinado en un momento temporal dado».

La referencia del complejo espaciotemporal a la categoría causal queda expuesta también en estas luminosas palabras de Reichenbach: «La significación objetiva del tiempo consiste en que formula el tipo de orden de las series causales»; «el arden temporal contiene también hechos que, en última instancia, expresan propiedades de la serie causal». «La causalidad es el concepto más hondo al que hay que reducir el tiempo. Pero como, por lo dicho, el espacio es reductible también al tiempo, resulta que el orden espacial es reducido al concepto de causalidad. La concepción realista de espacio y tiempo encuentra, por esta razón, su formulación más honda en la proposición de que el espacio y el tiempo no son otra cosa que la expresión de la estructura causal del mundo».

El concepto de causalidad queda subordinado en definitiva al de sustancia en la concepción de la ciencia natural moderna: «Las formas fundamentales de este modo de ver el mundo –dice O. Baensch en su ensayo sobre Spinoza– son las categorías de sustancia y causalidad, categorías que se postulan mutuamente. El mundo aparece como una unidad sustancial, eternamente idéntica a sí misma, cuyas cambiantes modalidades se determinan una a otra por modo rigurosamente causal».

De aquí que, aunque la voluntad de reducir el universo físico a puros términos de geometría, parece disolver progresivamente el tiempo, la causa y la sustancia en las categorías espaciales de una estructura ideal perteneciente a las matemáticas puras, en el universo real, como ha expuesto claramente Reichenbach, el espacio queda referido al tiempo, y el tiempo a la causalidad. Del mismo modo, puede decirse que la causalidad queda en último término referida al sustrato del mundo físico, a su último reducto experimentable, a la sustancia.

La coordinación estructural de las cuatro categorías antedichas queda sobreentendida también en el principio de indeterminación de Heisenberg, que postula la imposibilidad de conocer simultáneamente la posición (espacialidad), velocidad (temporalidad) y estado dinámico (causalidad) de un electrón (sustancia), debido a que la observación de un aspecto del electrón afecta a los aspectos restantes del mismo.

Koffka llega a sostener en el artículo Gestalt, de la Enciclopedy of Social Sciences, que las categorías de sustancia y causalidad son asimilables al complejo de categorías que está implicado en el concepto de estructura: «El término Gestalt es un breve nombre para una categoría del pensar, comparable a otras categorías generales como sustancia, causalidad, función. Pero Gestalt puede ser considerado como algo más que mera adición a principios conceptuales previamente existentes; su generalidad es tan grande que uno se ve forzado a preguntarse si causalidad o sustancia no caen legítimamente bajo este concepto». «El principal contenido de Gestalt como categoría es esta visión de la relación de partes y totalidades envolviendo al reconocimiento de cualidades de totalidad dinámicas, reales e intrínsecas. Desde este punto de vista la causalidad cae bajo la categoría de Gestalt».

La estructuralidad del conjunto de categorías del mundo físico se puede contemplar macrocósmica y microcósmicamente. Es aplicable al Universo como un todo y al más infinitesimal fenómeno físico. En donde quiera que haya naturaleza física, habrá una estructura categorial integrada por sustancia, causa, tiempo y espacio.

4. La indivisibilidad del mundo físico

Para suponer la estructuralidad del mundo físico considerado como un todo, basta con tener en cuenta su indivisibilidad, es decir, el hecho de que no puedan segregarse partes sin afectar al resto del conjunto, de la totalidad. La indivisibilidad del universo físico, y por tanto, su estructuralidad, es atributo reconocido, tácita o expresamente, por la ciencia contemporánea. Es ilustrativo de esa reconocida indivisibilidad del mundo físico, estas palabras de J. W. N. Sullivan en Las bases de la ciencia moderna: «Nada está aislado; todas las cosas guardan referencia con todas las demás. Cada acontecimiento, en razón de su propia naturaleza, requiere el Universo entero para ser él mismo». Esta reconocida indivisibilidad nos permite considerar los diversos factores estructurales: la totalidad y la particidad, la unidad funcional y el principio configurante, desde el punto de vista de ese vasto mecanismo que es el universo físico.

Pero el hecho de la integración estructural sucesiva desde el átomo y la molécula hasta la galaxia y el Cosmos, no resultaría la estructuralidad más significativa del universo físico, si sobre la base de su incesante transformación, se constatara que éste constituye una estructura en devenir, una totalidad que se organiza gradualmente bajo la dirección de un principio configurante. Reconocer la estructuralidad de una célula germinal es importante; pero más importante aún es determinar la estructura que tiende a ser, la que deviene. Y puesto que lo que deviene, según ya sentara Platón desde el Teetetes, deviene de algo y hacia algo, [30] nuestra investigación estructuralista en relación con el mundo físico podría tratar de responder a esta pregunta: ¿A dónde va el universo físico?

5. El mundo físico, como totalidad

Podemos hablar propiamente de la totalidad del mundo físico cuando agrupamos mentalmente el conjunto de los fenómenos naturales que se rigen y limitan por la causalidad, la temporalidad y la espacialidad. El atributo material más significativo de ese conjunto de procesos naturales que designamos como lo físico es, sin embargo, el estar dotados de masa. Todo ser físico posee masa que gravita y que está sujeta a los principios de la inercia.

Por totalidad del mundo físico se entiende, pues, toda la materia concentrada en los cien mil millones de galaxias que se atribuyen al Cosmos, toda la materia nebular y todas las formas de energía contenidas en los quince mil millones de años luz que se calculan al radio actual del Universo.

Toda realidad física se manifiesta en forma de materia o en forma de energía, cuya identidad es notoria para la física moderna: la materia es energía concentrada; la energía es materia desintegrada. Una y otra forma de la realidad física están dotadas de masa, pues la energía, de cualquier naturaleza que sea, posee siempre una determinada masa, que está en función de la cantidad de esa energía. La equivalencia física entre ambas, materia y energía, queda expresada por la conocida fórmula de Einstein: la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz.

Sabemos que en toda estructura hay una cualidad inmanente al todo, cualidad que está presente en todos los puntos de la estructura porque es inherente al agregado mismo, a la materia que sirve de base a la estructura. La masa es la cualidad inmanente de la totalidad del mundo físico.

6. Las diferentes partes del mundo físico

La totalidad que es el mundo físico puede considerarse dividida en partes que difieren entre sí por determinados atributos específicos, sin dejar de poseer en común el atributo genérico de la masa, característico de su naturaleza física.

El universo físico es divisible en partes vastísimas que son las galaxias, constituidas por miríadas de sistemas estelares; cada sistema está compuesto por astros; las partes que integran esos astros son las moléculas; éstas, a su vez, se constituyen por átomos, que se resuelven en otras partes más pequeñas: los protones y los electrones; y no sabemos si una ulterior subdivisión pueda caber a los protones y a los electrones. Muéstrase una integración sucesiva de estructuras desde la estructurilla elemental del átomo hasta la máxima estructura del Universo, desde la microestructura atómica hasta la macroestructura cósmica.

Pero ni los átomos ni las moléculas ni los sistemas estelares, ni las galaxias son todos de la misma clase. Desde el hidrógeno hasta el curium, se cuentan en la actualidad noventa y seis distintas especies de átomos, con los cuales se integran moléculas que dan origen a más de un millón de combinaciones químicas reconocidas hasta la fecha. Cada uno de esos elementos simples y cada una de las combinaciones posibles entre los mismos, posee propiedades específicas. Cada uno de esos elementos y de esas combinaciones químicas constituyen otras tantas partes del universo físico, y cada una de esas partes posee su cualidad inmanente específica, aquello que la caracteriza y distingue de la otra parte.

Otro tanto cabe decir de las diversas clases de energía que reconoce la física moderna: atómica, química, calorífica, elástica, tensión superficial, gravitatoria, cinética. Cada forma de energía muestra su actividad peculiar, su respectiva cualidad inmanente.

7. La unidad funcional del mundo físico

Pero la materia no es un caos desordenado de elementos y combinaciones químicas en donde reine la diversidad sin ningún hilo de unidad. Hay unidad en esa heterogénea diversidad de cuerpos químicos. Ni la energía es tampoco un conjunto desordenado de actividades sin ninguna conexión entre sí. También hay unidad en el mundo de la energía.

La unidad esencial de la materia es postulable desde el momento en que pueden ser asimiladas todas las formas de la materia a un elemento químico fundamental, lo cual es mantenido por la física moderna con respecto al hidrógeno, cuyo peso atómico es submúltiplo de los restantes pesos atómicos, una vez que se tiene en cuenta debidamente la pérdida de masa que experimentan, bajo la forma de energía liberada, todos los cuerpos a partir del hidrógeno.

También es sostenible la unidad esencial de la energía desde el momento en que se acepta la transformación de unas formas de energía en las otras. La esencial unidad entre ambas, materia y energía, se hace evidente también para las concepciones de la física moderna, al reconocer que la materia está constituida por paquetes de energía en alto grado de concentración, lo que quiere decir que todas las manifestaciones del mundo físico son asimilables a las diversas formas de energía.

Pero la estructuralidad del mundo físico no se fundamenta en la unidad esencial de todas las formas de existencia física, sino en la unidad funcional de todas sus partes, unidad funcional que viene condicionada por la cualidad del principio configurante. [31]

8. El principio configurante de la estructura del mundo físico

Sabemos que la estructura, en esencia, es el producto resultante de una pugna dialéctica entre la materia de un agregado y un principio configurante cuya potencialidad configuratriz es lastrada por la resistencia propia del agregado.

Hemos visto que la cualidad inmanente del agregado total que es la existencia física reside en la masa, ya que no hay forma de manifestación del mundo físico que deje de estar dotada de masa. El principio configurante del mundo físico debe de estar constituido por algo que sea capaz de imprimir una dirección determinada a esa cualidad que es la masa, de tal modo que, sin dejar de ser masa, ésta aparezca primordialmente condicionada en todos los momentos, lugares y circunstancias por la cualidad de dicho principio configurante.

Mas si sabemos que la masa es una cantidad constante en el seno del universo físico, al extremo de constituir –como suma de la materia y de la energía– uno de los valores absolutos en la teoría de la relatividad de Einstein, tenemos que partir de la base de que la masa total en el Universo considerado corno un todo, no puede aumentar ni disminuir, no puede sufrir modificaciones de cantidad. Si el principio configurante que puede darse en el mundo físico es capaz de imprimir alguna modificación a la cualidad inmanente del todo físico que es la masa, esa modificación no podrá ser seguramente en cuanto a su cantidad, que no puede experimentar cambio alguno: lo que sí puede cambiar continuamente es su calidad, «y este cambio parece ser la operación principal que se desarrolla en el Universo» (I. Puig).

Las modificaciones que admite la masa del mundo físico son, pues, en cuanto a su calidad, en cuanto al modo o la forma en que ella pueda manifestarse. En forma de materia o en forma de energía, la masa puede estar más o menos concentrada o difusa. Caben, por tanto, modificaciones en la forma de manifestarse la masa, y esas modificaciones pueden ser referidas a la mayor o menor concentración de la misma.

Conocer las modificaciones que pueda experimentar la masa como cualidad inmanente de la existencia física en un sentido determinado, no es aún identificar el principio configurante que da lugar u origina esas modificaciones; pero proporciona la pista para descubrirlo.

Las alteraciones más ostensibles que en su calidad puede presentar la masa en el seno del Universo, por la transformación de la materia en energía, pueden interpretarse corno un mayor o menor volumen ocupado por una misma masa. Constantemente se están produciendo contradicciones y dilataciones de la masa en el seno del Cosmos. Un mismo proceso cósmico que se manifiesta con signos opuestos, y que en ambos casos puede concebirse como un aumento o una disminución del volumen correspondiente a dicha masa.

La relación entre el volumen y la masa recibe en física el nombre de densidad. Esto se expresa por una fórmula en que se establece que la densidad es igual a la masa dividida por el volumen; lo cual significa que a medida que se aumente el volumen, permaneciendo la masa invariable, disminuye la densidad; y viceversa, cuanto más disminuya el volumen, más aumenta la densidad.

Ya desde Spencer se sacaba partido, a favor de la teoría de la evolución, de estos procesos de cambio de densidad en el seno del Universo. En los Primeros Principios, dice Spencer: «Pérdida de movimiento o integración consecutiva o simultánea, seguidas de adquisición de movimiento y desintegración concomitante; he aquí enunciada la serie entera de cambios de un ser o de un conjunto cualquiera de seres, entre sí relacionados». «Todas las cosas varían en su temperatura, se contraen o se dilatan, se integran o se desintegran». «Y puesto que no hay en masa alguna temperatura absolutamente constante, forzoso es concluir que toda masa tiende continuamente a una mayor concentración o a una mayor difusión». «Una masa pierde movimiento, y se integra, o bien gana movimiento, y se desintegra». «Si es verdad que todo cambio favorece a una o a otra de esas dos operaciones, no lo es que sean siempre independientes una de otra. En efecto, toda masa, todo conjunto de materia pierde y gana movimiento continua y simultáneamente».

¿Cuál de estos dos procesos de sentido contrario, posee signo positivo y cuál signo negativo? O lo que es lo mismo: ¿cuál es el que conduce a la identificación del principio configurante: el aumento de densidad o su disminución, la pérdida o la absorción de movimiento?

Para Spencer, el proceso positivo, que identifica con la evolución, con el progreso cósmico, es el aumento de densidad y la disipación del movimiento: «La evolución es... integración de la materia, acompañada de disipación de movimiento; la disolución, por el contrario, es: absorción de movimiento y desintegración a la vez de la materia».

Si estos dos procesos de aumento y disminución de densidad, con sus correspondientes modificaciones en el nivel energético y en la rapidez del movimiento, se dan indefectiblemente en donde quiera que exista una masa física, y son de signo contrario, de tal modo que uno excluye al otro, habrá que determinar cuál es el prevaleciente en el seno del Universo, cuál impone su ley al otro y predomina sobre él. No es cuestión de preferencias subjetivas, sino de virtualidad objetiva. Los hechos inconcusos, la observación y la experimentación rigurosas de la ciencia contemporánea, han establecido ya su veredicto. [32]

9. La disminución de densidad, en escala atómica

Si contemplamos, ordenados en la tabla periódica de los elementos, los 96 cuerpos simples reconocidos por la física actual, advertiremos una gradación de densidades en la materia desde el hidrógeno hasta el curium.

Siendo el hidrógeno el elemento de composición más simple y constituyendo los pesos atómicos de los restantes cuerpos simples números proporcionales al peso atómico del hidrógeno, hoy se admite que el núcleo de hidrógeno es el que entra en cantidades diferentes en los distintos cuerpos que integran el sistema periódico. Ello implica un aumento creciente de la densidad de los cuerpos, que puede haber tenido lugar por sucesivas condensaciones de los elementos más ligeros, a partir del hidrógeno o del propio éter, o bien una desintegración progresiva a partir de una masa original superdensa.

Cualquiera que haya podido ser el origen de esta gradación de densidades que se hace patente en el conjunto de los 96 cuerpos simples reconocidos –prescindiendo de los posibles elementos transuránicos desconocidos–, el proceso que universalmente se advierte hoy en lo que se refiere a la transformación de unos elementos en otros, no es el de la trasmutación de los menos densos en más densos –aun cuando este proceso tiene lugar también en la Naturaleza–, sino al revés, el de la transformación de elementos más densos, como el uranio, el plutonio, el torio, el radio, el polonio, en otros de menor densidad, como el plomo y el helio, tal como se pone de manifiesto en el fenómeno de la desintegración nuclear.

Aunque el fenómeno de la radioactividad, según se entiende hoy, tiene lugar, en mayor o menor grado, en todos los elementos conocidos, y algunos como el potasio, el rubidio y el samario, que no son de peso atómico de los más elevados, muestran cierto grado de radioactividad como para poder ser clasificados entre las sustancias débilmente radioactivas, puede darse por sentado que la disociación nuclear se produce necesariamente, de modo espontáneo y sin interrupción, en los elementos químicos de mayor peso atómico a partir del bismuto. Puede decirse, por tanto, que en escala atómica, hay un límite infranqueable al aumento de densidad de los cuerpos químicos en el peso atómico 209, pues a partir de tal masa contenida en el volumen que comprende el átomo –es decir, donde quiera que haya plutonio, polonio, radio, uranio, etc.–, el núcleo de éste se desintegra espontáneamente y da lugar a otros elementos químicos de menor densidad.

No hay, sin embargo, un límite infranqueable que se pueda apreciar en el enrarecimiento de la masa, en su disminución de densidad. Mientras haya más de un núcleo de hidrógeno en la constitución atómica de cualquier elemento simple, cabe la posibilidad de la desintegración de ese núcleo para dar origen a átomos de menor densidad.

El enrarecimiento que puede alcanzar la materia en las nebulosas cósmicas es de tal naturaleza que un átomo de calcio, cuya dimensión se calcula en una cienmillonésima de milímetro, llega a contenerse en un volumen superior a un centímetro cúbico, capacidad en que normalmente están contenidos trillones de átomos. El número de moléculas de hidrógeno –el menos denso de los cuerpos químicos– «contenidas en un centímetro cúbico de este gas a 0º y presión normal es:

n = 27000000000000000000 = 27 x 1018,

y es tal este número que, con este conjunto de moléculas dispuestas en cadena, se podría dar cien vueltas al ecuador terrestre» (M. F. Gran). El número de átomos de hidrógeno contenido en ese centímetro cúbico sería, pues, el doble. Y la disminución de densidad en tales átomos de las nebulosas cósmicas, proporcional a esa cantidad.

Puede darse por sentado que, en escala atómica, el proceso de la disminución de densidad prevalece decididamente sobre el proceso de aumento de densidad.

10. La disminución de densidad, en escala molecular

Sabemos que una masa física cualquiera pierde densidad cuando sus moléculas ocupan un mayor volumen. El aumento de volumen de una masa puede producirse por la acción del calor, que provoca la dilatación de la misma al aumentar las distancias intermoleculares. Un cuerpo que por el calor pasa del estado sólido al líquido y del líquido al gaseoso, es un cuerpo que ha disminuido su densidad, pues es sabido que un cuerpo en estado líquido ocupa un mayor volumen que en estado sólido, y que en estado gaseoso ocupa un volumen mayor que en estado líquido.

En la Naturaleza, se están produciendo constantemente contracciones y dilataciones moleculares por efecto de los cambios térmicos que necesariamente tienen lugar en toda masa física. Y podemos preguntarnos: ¿cuál de estos dos procesos: la contracción o la dilatación, desde el punto de vista de las relaciones intermoleculares, es el que predomina en el seno del Universo?

Basta considerar la segunda ley de la termodinámica y el principio de entropía que le es inherente, principio que postula el aumento creciente de la energía térmica en el Cosmos, para advertir que el Universo es como un colosal horno que va aumentando su temperatura gradualmente y distribuyéndola por todas sus partes, razón por la cual la masa del mundo físico debe tender a dilatarse gradualmente y a llevar sus moléculas al estado gaseoso a través de un período de miles de millones de años. El aumento de la entropía conlleva, pues, una disminución progresiva de la densidad [33] del mundo físico, aunque esa disminución de densidad se verifique por grados infinitesimales y no de una manera uniforme y regular.

Las dilataciones posibles de los espacios intermoleculares en la masa del mundo físico por la acción del calor, son inmensas, si se tiene en cuenta que las temperaturas que puede alcanzar la materia en el seno del Universo son mensurables por millones de grados, en tanto que las posibles contracciones moleculares por descenso de la temperatura encuentran un límite infranqueable en los –273º, más allá de la cual no es posible mayor descenso térmico, y cuyo nivel no ha podido ser alcanzado hasta ahora por las más perfeccionadas técnicas de enfriamiento artificial.

Es, por tanto, evidente, que en el mundo de las moléculas reina también la disminución de densidad.

11. La disminución de densidad, en escala sideral

Tal como acontece en escala atómica y en escala molecular, cambios de densidad se producen aisladamente en la masa de los astros que se mueven en el espacio.

Toda estrella está irradiando continuamente grandes cantidades de energía desde su centro a la periferia. La irradiación de energía es concomitante de un aumento en la densidad de la masa, que se contrae, que disminuye su volumen. Todas las estrellas evolucionan de lo menos denso a lo más denso, siguiendo una trayectoria que va desde la masa enrarecida de las nebulosas hasta las llamadas estrellas enanas, cuya materia alcanza una considerable masa en un volumen relativamente reducido.

Pero del mismo modo que en escala atómica y molecular hay un límite infranqueable al aumento de densidad, así también hay un límite en escala sideral a tal aumento. Según cálculos del sabio astrónomo inglés Eddington, todo astro cuya masa sobrepase los 1035 gramos, tiende a estallar. De ahí que la escala de las masas estelares sólo propende a variar entre 1 y 100, en tanto que la escala de los volúmenes puede crecer desde 1 hasta 150.000.000 sin que el astro se disipe; y llegado a ese punto de la disipación de la masa por el espacio, dicho proceso –por implicar un aumento del volumen ocupado por la masa– es también interpretable en términos de disminución de densidad.

Los sistemas estelares pueden tender asimismo a ensanchar sus órbitas gradualmente en el transcurso de los siglos, lo que puede interpretarse también –puesto que la misma masa ocupa un mayor volumen– como una disminución de densidad en escala sideral. Cuando se considera que el Sol pierde anualmente 120 billones de toneladas de masa por la emisión de calor, aparece lógico que, por disminución de la fuerza de atracción central, que está en razón directa de la masa, los planetas tiendan a ensanchar sus órbitas de recorrido alrededor del Sol. Estableciendo la ley de gravitación universal que dos cuerpos de masas M1 y M2, situados a r distancia, se atraen con una fuerza que es igual al producto de la constante de gravitación por la relación entre el producto de las masas y el cuadrado de la distancia, es fácil deducir que cuanto más disminuya la fuerza de gravitación, más debe aumentar la distancia entre los cuerpos.

Los cálculos que toman por base los relatos de eclipses en la Antigüedad prueban que al mismo tiempo que la longitud del día aumenta a razón de una milésima de segundo por siglo, la distancia a que se encuentra la Luna de la Tierra crece en el mismo período en 1.5 metros. George Darwin, hijo del famoso naturalista Carlos Darwin, llegó a la conclusión de que hubo un tiempo en que la Luna giraba sólo a una distancia de 12.872 kms. del centro de la Tierra.

Parece, pues, que en escala sideral también el proceso dominante y prevaleciente es el de la disminución de densidad.

12. La disminución de densidad, en escala cósmica

Todo lo que sea aumentar el volumen de un cuerpo físico cualquiera manteniéndose la masa constante, es asimilable, según sabemos, a una disminución de densidad. Todo lo que sea aumentar los intersticios entre una y otra partícula de masa es, por tanto, un descenso en la densidad.

El proceso de expansión del Universo que, de acuerdo con las investigaciones de la astrofísica, viene realizándose permanentemente a través del espacio, ha sido por lo mismo interpretado en términos de disminución de densidad, aunque los «intersticios» entre una y otra galaxia sean medibles por millones de años luz. Si el Universo aumenta de tamaño y mantiene igual su masa –pues ya sabemos que la masa del mundo físico como un todo no aumenta ni disminuye– en tal proceso hay implicado una disminución de densidad en escala cósmica.

La idea primera de un Universo en expansión apareció en 1917, en un escrito publicado por el profesor W. de Sitter, quien encontró que la teoría de la relatividad dejaba entrever que los objetos celestiales más distantes se apartaban de nosotros, o que al menos, podrían inducir a pensar que se alejaban; sugirió que debía considerarse la retirada como un fenómeno más bien probable. «El estado actual de la cuestión –dice Eddington en La Expansión del Universo– es que las velocidades, en el sentido del rayo de luz, de una 90 galaxias han podido determinarse, y de éstas sólo cinco se mueven hacia nosotros». «Las cinco velocidades que se acercan pueden en parte atribuirse al empleo de un patrón de referencia inapropiado». [34] «Se ha encontrado que el Sol describe una órbita alrededor del centro del Sistema Vía Láctea y tiene una velocidad en dicha órbita de 200 a 300 kilómetros por segundo. Cuando se tiene en cuenta la corrección que corresponde por este fenómeno y se obtienen las velocidades referidas a nuestra galaxia como conjunto, las velocidades que se acercan se reducen o desaparecen. Creo que resultará al final, después de aplicadas todas las correcciones, que estas nebulosas más cercanas poseen pequeñas velocidades de retroceso».

Según Eddington, el Universo, en su expansión creciente, duplica su radio cada 1.300 millones de años. El radio actual del Universo se calcula en 15.000 millones de años luz, lo que se considera unas 15 veces el radio primitivo del mismo. «En el momento presente, el Universo corresponde a un tipo particular, pero como se expansiona, su densidad disminuye. Por eso, transcurridos un millón de años, necesitaremos un modelo de menor densidad».

La «densidad media inicial de la materia en el Universo = 1,05 x 10-27 gm. por cm3 = 1 átomo de hidrógeno por 1.580 cm3». «El resultado, sin embargo, parece ser bastante inferior al valor 10-27 encontrado para la densidad inicial».

La idea de los expertos es que «ya que cada parte del espacio se infla uniformemente, esta inflación afectará a las distancias entre los electrones dentro del átomo y entre los planetas en el sistema solar, lo mismo que a las distancias entre galaxias. Pero esto significaría que los átomos, los seres humanos, la tierra, el sistema solar, se expansionarían en el mismo grado que el Universo».

Aun el propio éter se considera que disminuye su densidad gradualmente y libera energía, al mismo tiempo que decrece su elasticidad. Algunos investigadores calculan que el coeficiente de trabajo correspondiente al estado de continuo crecimiento del éter alcanza a 110.000 millones de toneladas por centímetro cuadrado y que su coeficiente de elasticidad decreciente es ya de 324 kilogramos por centímetro cuadrado.

Actualmente, según los cálculos, hay más materia nebular difundida por los espacios interestelares que materia densa concentrada en los astros. Teniendo en cuenta que, así como nuestro Sol pierde 120 billones de toneladas de masa por causa del calor de radiación, una pérdida proporcional se esté produciendo en la masa de las 800 trillones de estrellas que se calcula al Universo, y que, según Jeans, el cambio se realiza perpetuamente en el mismo sentido, pues siempre la materia se transforma en radiación, parece lógico que las fuerzas de expansión cósmica aumenten gradualmente su intensidad. La pérdida de masa que experimentan todos los elementos químicos a partir del hidrógeno, por su parcial transformación en energía, así como la pérdida de masa de las estrellas por la constante transmutación de la materia en energía radiante, podrían tal vez explicar una gradual expansión en el seno del átomo, una expansión en las órbitas planetarias y una expansión del Universo.

Vemos, pues, que lo mismo que en escala atómica, molecular y sideral, la disminución de densidad es el proceso que prevalece en escala cósmica.

13. La disminución de densidad como liberación de la energía

Establecido que en la masa del mundo físico tiene lugar un proceso predominante de disminución de densidad, es fácil advertir que en el mismo se pone de manifiesto un aumento en la actividad de las porciones que constituyen la masa física de que se trate.

Ya decía Spencer que «una masa pierde movimiento, y se integra, o bien gana movimiento, y se desintegra». En toda disminución de densidad, se dan como fenómenos concomitantes, no solamente una mayor expansión de la masa, sino también una mayor velocidad en el movimiento de las partes de la masa y una mayor intensidad en la energía cinética de dichas porciones de masa. Todo ello supone un mayor despliegue de actividad y de fuerza en el seno de la masa, una mayor liberación de energía.

Tanto la mayor expansión de las partículas de materia, como la disociación de la propia materia y su transmutación en radiación, implican una disminución de densidad, y tanto uno como otro proceso conllevan en mayor o menor grado, una liberación de energía. Pero es justamente en la transmutación de la materia en radiación en donde se pone de manifiesto más acusadamente esta disminución en la densidad, puesto que la misma masa pasa a ocupar un volumen inmensamente más vasto, y es ese proceso de disociación de la materia el que en más alto grado pone de manifiesto la liberación de la energía.

14. La liberación de la energía como liberación categorial

La física actual tiende a resolver toda la existencia física en un sistema de ondas prisioneras, que constituyen la materia, y de ondas liberadas, que constituyen la radiación. Por eso, dice B. Russell, «la noción de masa tiende a ser comprendida en la noción de energía; representa, por decirlo así, la energía que el cuerpo posee internamente, en oposición a la que muestra al mundo exterior».

La energía es el último sustrato real, existencial a que fenomenológicamente se puede llegar en el universo físico con los instrumentos de la ciencia y mediante los recursos lógicos de la inducción y de la deducción, [35] aun cuando la energía no sea experimentable intuitivamente por nosotros, sino sólo lo que deducimos ser consecuencia o efecto de la misma, y aun cuando la energía constituya «un concepto imposible de definir claramente en su totalidad» (E. Meyerson, en el Capítulo VI de Identité et Realité). Por otra parte, «la circunstancia –dice Lipsius– de que el concepto de energía se pueda descomponer en otros más elementales, no implica una objeción decisiva contra el intento de poner este concepto a la cabeza de los conceptos físicos fundamentales: «lo primero con respecto a nosotros» no necesita ser «lo primero en cuanto a la realidad»».

La energía ha podido ser considerada así, desde Leibniz hasta Ostwald, como la sustancia de la existencia física. Entendemos este concepto de sustancia no en un sentido metafísico, sino fenomenológico. La sustancia metafísica, inexperimentable, de la cual la energía sería una modalidad, no pretendemos aquí determinarla.

Al postular que la energía se libera, la pregunta obligada debe ser: ¿de qué se libera la energía? La simple disminución de densidad, que permite una mayor expansión a las porciones más o menos considerables de una masa, implica ya una liberación de energía cinética; pero la liberación más ostensible de la energía es con respecto a la materia, cuando se produce la desintegración atómica. Con tal liberación se significa que dicha energía es extraída del almacén de la materia, que se libera de su cárcel, de las limitaciones inherentes a la materia. Pero ¿por qué ha de entenderse la materia como prisión o como limitación de la energía, si la materia misma no es en su esencia más que pura energía concentrada? Aquí se revela que la limitación radica en algo no intrínseco a la propia materia; que si la materia es una cárcel, ello se debe a sus limitaciones causales, temporales y espaciales. Liberar energía significa, por tanto, extraerla de su confinamiento categorial, contrarrestando la causalidad, la temporalidad y la espacialidad.

15. La liberación de la categoría espacial

En relación con la categoría espacial, con las limitaciones que impone el espacio a la existencia física, puede sentarse que cuando una masa cualquiera disminuye su densidad, las porciones de esa masa –constituidas por paquetes de energía– alcanzan una mayor expansión, pueden moverse sobre regiones más vastas del espacio.

En una masa cualquiera en que se produzca una dilatación, lo que equivale a una disminución de densidad, las moléculas, al alcanzar una mayor expansión, obtienen un valor más alto de dominio del espacio. Si el Universo se expansiona, si pierde densidad, puede decirse que aumenta su grado de libertad con respecto al espacio, al dominar una extensión mayor del mismo.

En lo que respecta a las limitaciones espaciales que implica para las ondas de energía constitutivas de la materia el existir aprisionadas, constreñidas en una extensión determinada, en la mínima expresión de los espacios intraatómicos, puede decirse que, por lo mismo, la desmaterialización gradual del mundo físico supone también una liberación progresiva de la energía que es su sustancia con respecto a la categoría del espacio. La radiación liberada no deja de estar limitada también, pero posee una mayor libertad espacial: puede recorrer inmensas extensiones del espacio, en tanto que esa misma energía, mientras se contiene en la materia, está confinada a una parte insignificante de la extensión que ocupa el Universo.

Puede afirmarse, por tanto, que desde el momento en que en el mundo físico se da una tendencia a que la materia se trasmute en radiación, a que la masa se dilate, a que el Universo se expansione, a que los cuerpos disminuyan en densidad, esa tendencia es equivalente a la de una liberación progresiva de la existencia física, de la energía que es su sustancia, con respecto a las limitaciones del espacio. Esto no significa, sin embargo que un dominio pleno, que una liberación cabal y absoluta pueda ser alcanzada por la existencia física en lo que concierne a la categoría espacial.

16. La liberación de la categoría temporal

Si el espacio es superable o dominable en la medida en que se alcance una mayor expansión, el tiempo lo es la en la medida en que pueda producirse más actividad en menos tiempo, en la medida en que haya más velocidad en la realización de un determinado proceso.

La liberación relativa que con respecto al espacio está implicada en todo proceso del mundo físico donde se ponga de manifiesto una disminución de densidad, viene condicionada por una liberación relativa en cuanto a la categoría temporal, que tiende también a ser dominada en este estrato de la realidad. Al alcanzar las distintas porciones de la masa una mayor velocidad, dicha masa experimenta una mayor expansión, disminuye su densidad.

La energía condensada en la materia está más limitada temporalmente que la que se encuentra en libertad. Cualquiera de los electrones que circula dentro del átomo, en su órbita correspondiente, debe presentar menos velocidad de desplazamiento que después que ha saltado de su órbita hacia el exterior del átomo, pues está libre en este último caso de la fuerza frenadora procedente del núcleo. Así un electrón que en la órbita más interna del átomo gira á una velocidad de 2.187 kilómetros por segundo, es emitido del átomo a una velocidad próxima a la de la luz.

En el mundo molecular, la velocidad del movimiento es concomitante con la menor densidad.[36] En los diferentes cuerpos químicos, la velocidad eficaz o media de sus moléculas está correlacionada con la menor densidad. Así, la velocidad media de las moléculas del hidrógeno, que es el más ligero de todos los elementos, es de 1.844 metros por segundo, mientras que las moléculas de helio y de oxígeno, que le siguen en densidad, alcanzan sólo una velocidad de 1.307 y 461 metros por segundo, respectivamente.

Conocemos la tendencia del universo físico a levantar, en concordancia con el principio de entropía, sus coeficientes de temperatura. Los cambios de temperatura de un gas corresponden a variaciones de la misma proporción en las velocidades de sus moléculas, de donde se origina una mayor expansión del mismo en el espacio. La reacción química entre dos cuerpos consume un determinado tiempo en producirse; mas su velocidad de reacción aumenta cuando se eleva la temperatura. Al producirse en el Universo un gradual aumento de temperatura, las velocidades de desplazamiento de las moléculas de los cuerpos, así como las velocidades de reacción química deben tender a aumentar.

En lo macrocósmico, también puede afirmarse que se da una tendencia a aumentar las velocidades. Las galaxias que se alejan de la nuestra muestran mayor velocidad cuanto más grande es su distancia a nuestra galaxia. «Cuanto más distanciadas quedan las nebulosas, tanto mayores son sus velocidades; el resultado parece concordar muy bien con una ley lineal de aumento, siendo la velocidad siempre proporcional a la distancia». «El record de velocidad es siempre renovado. Actualmente corresponde el primer lugar a una nebulosa que forma parte de un tenue grupo de la constelación de Géminis, que retrocede con una velocidad de 25.000 kms. por segundo». «Indudablemente, mientras este libro se imprima, se habrá encontrado una nebulosa más veloz» (Eddington). Estaba en lo cierto Eddington al escribir esas líneas, pues posteriormente se han encontrado nebulosas con una velocidad de expansión de más de 32.000 kms. por segundo.

Y velocidades aun mayores han sido atribuidas a determinadas regiones de nuestro universo. Algunos físicos estiman que la velocidad tangencial de rotación de cada punto del Universo con respecto al hiperespacio, es un millón de veces superior a la velocidad de la luz. Tal velocidad, según se afirma, no contradice la fórmula de Einstein que señala como límite a cualquier velocidad dentro del Universo la de la luz, por cuanto aquella velocidad no tiene lugar sino con respecto al hiperespacio. Puesto que el Universo se expansiona con una velocidad tal que duplica su tamaño cada 1.300 millones de años, la velocidad de cualquier punto del Universo en rotación debe tender a crecer continuamente.

La existencia física tiende, pues, a ganar más velocidad en sus procesos, lo mismo en escala atómica y molecular que en escala cósmica, como si tendiera a suprimir las limitaciones temporales, aunque en principio nunca sea traspasable de modo absoluto por la existencia física dicha categoría temporal.

17. La liberación de la categoría causal

La causalidad en el mundo físico puede entenderse como la posibilidad de la acción de una fuerza en el mismo o en opuesto sentido que otra fuerza. Si la concebimos de tal modo, podemos admitir que la mayor o menor velocidad que sea capaz de cobrar la realización de un determinado proceso físico, y por tanto, la mayor o menor expansión que pueda alcanzar una masa, estarán condicionadas por la mayor o menor intensidad de que esté dotada la fuerza determinante de ese proceso, y que dicha intensidad será más o menos grande según la acción causal que otras fuerzas cualesquiera puedan ejercer en el mismo o en opuesto sentido de esa fuerza, impulsándola o frenándola.

En el mundo molecular, la expansión o dilatación de la masa de un cuerpo cualquiera, producida al aumentar la velocidad de movimiento de sus moléculas, tiene por antecedente una mayor intensidad en la fuerza propulsora de las mismas, intensidad que logra contrarrestar total o parcialmente la acción causal de las fuerzas de cohesión molecular. Un agente causal externo (el calor, por ejemplo) hace posible que las moléculas se liberen total o parcialmente de la acción causal de la cohesión. Del mismo modo, un quantum de energía suministrado desde el exterior, al aumentar la intensidad energética de un determinado electrón, y consiguientemente su velocidad y expansión, y hacerlo saltar de una órbita más reducida a otra más vasta, da lugar a una liberación parcial del electrón con respecto a la acción causal procedente del núcleo.

En el seno del átomo se contrarrestan fuerzas antagónicas, «centrípetas» y «centrífugas»: la que atrae hacia el núcleo y mantiene integrados en el mismo a los protones y electrones y la que tiende a desintegrar el núcleo atómico y a lanzar a los electrones fuera de su órbita. Mientras el electrón se halla en el seno del átomo, mientras la energía está aprisionada, el electrón sufre la acción causal de la fuerza residente en el núcleo. Cuando por una circunstancia cualquiera, el electrón salta de su órbita y abandona el átomo, aun cuando sigue quedando sujeto a determinados agentes causales exteriores, resulta menos sujecionado que cuando se movía bajo el poderoso control inmediato del núcleo atómico. En la medida en que la energía atómica se libere de su condición material, en esa misma medida habrá de liberarse de ciertas limitaciones internas y externas que puedan pesar sobre ella. Un ejemplo obvio de liberación de la energía con respecto a las limitaciones causales [37] internas y externas lo tenemos en el caso, ya tópico, de los proyectiles atómicos. Un solo hombre es capaz de actuar causalmente sobre el proyectil conduciéndolo hasta su destino mientras la energía está encadenada; pero ese mismo hombre tiene que escapar velozmente para librarse de los efectos aniquilantes que la energía liberada puede causarle.

En lo macrocósmico, también tiene lugar un aumento en los valores energéticos de las galaxias en expansión, con un aumento creciente de velocidad, lo que tiende a liberar cada vez más esos sistemas estelares de la acción causal proveniente de las vastas aglomeraciones de materia en el seno del Universo. «Supongo –dice Eddington– que la distancia de una galaxia a la siguiente acabará por hacerse tan grande y el retroceso mutuo tan rápido que ni la luz ni ninguna otra influencia causal podrán pasar de una a otra. Toda conexión entre las galaxias desaparecerá; cada una será un universo propio no influido por nada exterior». «Y de no poder llegar la luz, ninguna otra influencia causal puede llegar, pues ninguna señal puede llegar más de prisa que la luz».

A esa liberación causal contribuye el aumento universal de energía térmica. El máximo de entropía a que tiende el universo físico es «un estado en el que están allanadas todas las diferencias de intensidad de la energía y en que han cesado todas las transformaciones de la misma». Este estado final del Universo, previsto por físicos y naturalistas, es descrito como una «completa nivelación de las temperaturas» y un «agitarse en vibración de las partículas en torno a su centro de gravedad», con lo cual «desaparecería todo cambio y la causalidad misma quedaría sin efecto». (Lipsius). Por desolado que pueda aparecer este cuadro final del universo físico, constituye sólo la expresión extrema de la tendencia que muestra el mismo a una liberación completa de las categorías de la causalidad, temporalidad y espacialidad.

Esto no significa que pueda alguna vez ser alcanzada por la existencia física una absoluta liberación de la categoría de la causalidad –como tampoco de la temporal y la espacial–, ni que pueda hacerse realidad la vieja y útil abstracción del «cuerpo libre», pues «por cuerpo libre entendemos aquel que no está sometido a ninguna acción, y la dificultad de comprobar el principio estriba en la imposibilidad de situar cuerpo alguno en tales condiciones de riguroso aislamiento». (M. F. Gran).

18. La liberación categorial como cualidad configurante de la existencia física

Las diversas formas de manifestación de la existencia física se coordinan, como hemos visto, en una dirección o sentido fundamental: la libertad categorial, que es como si dijéramos la cualidad que inherentemente configura la estructura física, aquello que se manifiesta como el fin supremo a que apunta todo fenómeno físico. El principio configurante comprendería, aparte de dicha cualidad, la desconocida fuerza universal determinante de la misma. No está la ciencia actual en condiciones aun para determinar cuál es ese secreto y misterioso agente cósmico que conduce la materia hacia un solo destino universal. «La expansión del Universo debe de tener a todas luces una causa muy entrañada, de ésas que nos llevan al corazón del infinito». (E. L. Whipple).

Un principio común orienta al universo físico, desde el átomo hasta la galaxia, hacia un mismo destino, en concordancia con una rígida ley estructural: «Me convencí –dice Eddington– que la escala de la estructura de los átomos y electrones está determinada por el mismo agente físico al que se refería la predicción de De Sitter. Así es que la esperanza de un progreso eficiente en nuestra comprensión de los electrones, protones y cuantos está ligada con la investigación de los movimientos de las remotas galaxias».

19. La materia, como forma de liberación categorial

Puesto que la materia se caracteriza por una concentración de la energía, por un encogimiento de la masa dentro del espacio, por un cierto confinamiento categorial, ¿ha de entenderse que contrarresta o contradice de alguna manera la dirección que imprime al mundo físico el principio configurante?

Es sabido que cuanto más profundo sea el nivel a que esté situado un electrón en el seno del átomo, mayor es la frecuencia de su vibración al abandonar el átomo. La intensidad energética del electrón radiado está en razón directa de esta frecuencia en la vibración, ya que dicha intensidad equivale, según la fórmula de Planck, al producto del «cuanto elemental de acción» por la frecuencia vibratoria. Por otra parte, también la velocidad de la luz emitida se halla en una relación directa («principio de correspondencia» de Bohr) con la frecuencia del electrón radiante. De esto se desprende que el electrón emitido por un átomo estará dotado de tanta más intensidad energética y de tanta más velocidad cuanto mayor sea la profundidad a que esté situada la órbita de ese electrón en el seno del átomo.

Los cuerpos más densos son los que suministran los rayos más «duros», o de mayor intensidad energética, pues cuanta mayor sea la masa del núcleo atómico, más tensa es la relación con el electrón que circula en las órbitas más internas o próximas al núcleo. También debe de ser mayor la velocidad del rayo característico emitido, puesto que el electrón interno que sufre más poderosamente la acción del núcleo puede compararse a una pequeña esfera colocada en, el extremo de un resorte máximamente comprimido, [38] la cual, al desplegarse el resorte, debe presentar la mayor fuerza y la mayor velocidad en su desplazamiento lineal. También debe de alcanzar una mayor expansión en el espacio el electrón que salta hacia el exterior desde una órbita más profunda en el seno del átomo, y por tanto, el electrón correspondiente a una masa más densa, pues es sabido que cuanta mayor sea la velocidad e intensidad energética de un proyectil, menos curva será la parábola que traza en el espacio la trayectoria de ese proyectil. Si un electrón es lanzado de su órbita con más fuerza y velocidad que otro, contrarrestará mejor la gravitación, se moverá en línea más recta a través del «espacio curvo», lo que quiere decir que su curvatura será menos pronunciada y que, consecuentemente, la figura geométrica que tienda a cerrar esa curvatura será más extensa, más dilatada o expansionada en el espacio.

De este modo, la materia misma funciona bajo el imperio del principio configurante de la liberación categorial, pues si bien es cierto que la energía libre supone más altos valores de expansión, velocidad e intensidad que la energía confinada en la materia densa, no es menos evidente que los más altos valores de dominio del espacio, el tiempo y la causalidad se obtienen rompiendo o liberando la sujeción que implican las mayores concentraciones de masa física.

La materia densa, la concentración de la masa funciona entonces al servicio del principio configurante, puesto que sirve de base para alcanzar los más altos valores de dominación de las categorías. Constituye como una forma potencial de liberación categorial.

Esto sugiere la posibilidad de que el principio configurante que tiende a liberar de las categorías a la existencia física esté presente en el mundo físico desde antes de constituirse la materia, lo que equivale a decir que ya desde las primeras manifestaciones de la existencia física –la propia energía, el hipotético éter o cualquier otra entidad desconocida– se daría una limitación por parte de las categorías dichas y operaría dicho principio configurante de liberación categorial.

20. Conclusiones para la Cosmología

Para la filosofía natural, estas conclusiones de los físicos poseen una extraordinaria relevancia. Bien es verdad que los físicos no son propicios a autorizar consecuencias filosóficas derivadas de las nuevas concepciones físicas. Peyorativamente, Philipp Frank escribe: «Tan pronto como aparece una nueva teoría física, ella es utilizada para tratar de aclarar de algún modo las cuestiones que discute la filosofía, cuestiones en que han trabajado los filósofos durante siglos sin acercarse en un solo paso a su solución». Y Eddington, por su parte, tampoco advierte las consecuencias filosóficas de las nuevas teorías físicas: »Para aquellos cuyo interés en la ciencia moderna se dirige, principalmente, a las deducciones filosóficas, la teoría de la expansión del Universo no aporta, a mi juicio, ninguna nueva revelación». Desde nuestro punto de vista, sin embargo, la teoría de la expansión del Universo está cargada de revelaciones profundas para la filosofía.

La filosofía natural, situada en un plano riguroso, no puede sostener que los diferentes fenómenos de la existencia física estén ordenados inteligentemente hacia la meta final de la liberación categorial, ni mucho menos que haya algún grado de conciencia en los mismos que los conduzca en pos de tal finalidad. Pero sí puede legítimamente reconocer que la actividad natural del mundo físico se dirige, por los más diversos caminos, hacia tal destino común, que sin embargo, no promete un cumplimiento cabal. Es desde tal punto de vista que puede describirse el universo físico como un orden de realidad cuyo sentido es la liberación categorial, lo que puede expresarse también diciendo que el modo de existencia que se pone de manifiesto en el mundo físico implica que su sustancia experimentable, la energía, se proyecta en la dirección de la libertad categorial con respecto a la espacialidad, la temporalidad y la causalidad.

Para Spencer, la dirección de los sucesos del mundo físico era polarmente opuesta a la aquí apuntada. Los procesos de aumento de densidad, pérdida de movimiento, integración de la materia, encarnaban la evolución del Universo. Pero en la actualidad consta, a la luz de la ciencia –de la teoría de la relatividad, de la teoría de los cuantos, de la física nuclear, de las técnicas de investigación de la espectroscopia y la astrofísica–, que el proceso de aumento de densidad es secundario y está subordinado al anterior, aunque es posible que en los orígenes del Universo, muchos millones de años antes de que naciera Spencer, la integración o aumento de densidad haya predominado sobre la expansión.

Sabemos que en toda estructura deviniente son reconocibles tres momentos diferenciales: un primer momento en que el factor de totalidad predomina sobre el factor configurante; un segundo momento en que el factor configurante predomina sobre el de totalidad, y un tercer momento en que el factor configurante domina máximamente al agregado y le impone su cualidad específica. «Retrotrayendo esta progresión lo más atrás posible, llegamos a deducir que el mundo comenzó como un Universo Einstein, que ha pasado continuamente por la serie de tipos con expansión cada vez más rápida, y que terminará como un Universo De Sitter». (Eddington). «El Universo de Einstein fue el primer acto del drama mundial, y el de De Sitter será el último». (D. Papp). El Universo de Einstein, del que se dice que es un universo en equilibrio inestable, representa el momento [39] en que las dos fuerzas: la contractiva v la expansiva están en equilibrio. Un solo electrón que penetrara en ese universo einsteiniano provocaría un encogimiento de su masa. Un solo electrón que desapareciera debería provocar su expansión. El Universo de Lemaitre representa el universo actual en expansión, en que la fuerza expansiva predomina sobre la contractiva. El Universo de De Sitter encarna el Universo final expansionado, en que el principio configurante de la liberación categorial alcanza su máximo predominio sobre el agregado de la existencia física.

A los cambios de densidad intermoleculares –únicos a que podía referirse Spencer– se añaden hoy otras series de cambios de densidad que eran desconocidos hasta fines del siglo XIX y principios del XX, tales como los que se derivan de la desintegración radiactiva y de la expansión del Universo.

En la actualidad, tenemos que mantener un concepto de la evolución cósmica polarmente opuesto al que mantenía Spencer. Conservar, integrar, almacenar la energía es tan importante como liberarla; pero en la liberación de la energía es donde parece residir el verdadero progreso, la auténtica evolución. «Según observa exactamente Ramsay –dice Le Bon–, «el progreso humano depende de la habilidad para concentrar y dirigir la energía»; a lo que agregaré también que el progreso consiste en el arte de saber liberar fácilmente la energía».

La concepción estructuralista del mundo físico tiene dos consecuencias ostensibles para la ciencia moderna: la significación conferida al estado final del devenir físico tanto como al estado inicial, y la inclusión del concepto de valor en el mundo de los hechos físicos. «Desde hace largísimo tiempo, la Ciencia presupone sólo necesario el estado inicial. Existe ahora algún fundamento para profesar la creencia de que ambos estados son necesarios». «Durante la mayor parte de su historia, el rasgo más significativo de la ciencia moderna, filosóficamente hablando, consistió en la no inclusión de valores dentro del marco de su descripción del Universo». Pero ya sabemos que «cada acontecimiento, en razón de su propia naturaleza, requiere el Universo entero para ser él mismo»; y «con arreglo a esta teoría, la noción de valor cobra un significado fundamental». (J. W. N. Sullivan).

De lo anteriormente expuesto se derivan determinadas conclusiones para el punto de vista cosmológico.

Primera conclusión: Posibilidad de establecer una jerarquía de valores dentro del mundo físico. De acuerdo con la ley de jerarquía intraestructural, el principio configurante de la liberación categorial, al cual resultan supeditados todos los procesos de la existencia física, queda constituido en valor supremo en este mundo de hechos físicos. Puede así establecerse una gradación axiológica derivada de las relaciones ontológicas, de la mayor o menor libertad existencial con respecto a las categorías naturales, según el mayor o menor dominio sobre la causa, el tiempo y el espacio. Desde este punto de vista, la expansión, la velocidad y la intensidad energética constituyen núcleos valorativos pertenecientes a un deber ser puramente físico. (La cuestión acerca de si la libertad categorial y sus valores derivados tienen meramente una significación relativa, o si encarnan, en el plano físico, determinados valores absolutos, se sale de los límites de este trabajo).

Segunda conclusión: la discontinuidad que se hace patente en toda la existencia física (natura facit saltus) podría quizás ser referida a la liberación categorial, si esa discontinuidad es interpretada como una tendencia a afirmar en algún sentido la validez individual de las estructuras físicas dentro de la macroestructura universal, desde el punto de vista de las categorías dichas. Resulta entonces dotada de significación liberatriz la discontinuidad de la sustancia, por virtud de la existencia de diferentes átomos químicos y de diferentes formas de energía. La discontinuidad con respecto a la causalidad está reconocida en los saltos cuánticos entre una y otra intensidad de la energía, necesarios para producir el efecto de desplazamiento del electrón de una a la otra órbita. La discontinuidad respecto al espacio queda planteada también en la forzosidad de determinadas órbitas y en la imposibilidad de otras órbitas intermedias para la traslacióndel electrón. Una discontinuidad con respecto al tiempo quizás podría deducirse sobre la base de que el tiempo real sólo es registrable por la sucesión, por el intervalo transcurrido entre dos sucesos. Si ese intervalo no queda reducido a un tiempo infinitamente pequeño –lo que equivaldría a la anulación del tiempo, y por ende, de la naturaleza del fenómeno físico, que exige, por propia esencia, temporalidad–; si ese intervalo es una magnitud finita, debe implicar necesariamente solución de continuidad, o lo que es lo mismo, discontinuidad temporal.

Tercera conclusión: Interpretado en puros términos de física, el principio configurante de la liberación categorial, que tiende a liberar al mundo físico de sus categorías, sólo puede concebirse como una fuerza sujeta a las categorías de la causalidad, la temporalidad y la espacialidad, como una fuerza que opera causalmente en el tiempo y en el espacio. Esto significa la imposibilidad del mundo físico de alcanzar una liberación categorial absoluta sobre la base de las fuerzas que le son inmanentes. Además, la estructura del mundo físico que funciona bajo la acción del principio de la liberación categorial, abandonada a sus propias fuerzas intrínsecas, tiende [40] a desembocar en una disolución gradual de la propia estructura, así como un principio que configurara la estructura física bajo la cualidad de la sujeción categorial, y que tendiera a aumentar progresivamente la densidad del mundo físico, habría de desembocar necesariamente en una destrucción violenta de dicha estructura. Sólo concibiendo la estructura del mundo físico como parte de una estructura más comprehensiva, en donde el principio configurante de la liberación categorial funcionara como una cualidad inmanente de dicha parte puesta al servicio del principio configurante de la estructura superior, podría desembocar la estructura física y el principio de la liberación categorial que le es inherente, en una ordenación estructural plenamente dotada de sentido.

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{1} Véase, del propio autor, «Estructura de la Estructura,» en Revista Cubana de Filosofía, nº 2, Junio-Julio, 1947, Habana. Con algunas adiciones, en Cursos y Conferencias, nº 193-194, Abril-Mayo, 1948, Buenos Aires.

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